23 febrero
Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna
huésped de Ignacio de Antioquía, fue a Roma para tratar con
el papa Aniceto la cuestión de la Pascua, Sufrió el martirio
hacia el año 155, siendo quemado en el estadio de la ciudad.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Adoremos a Dios, porque él nos ha creado.
HIMNO
Con entrega, Señor, a ti venimos,
escuchar tu palabra deseamos;
que el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.
Se convierta en nosotros la palabra
en la luz que a los hombres ilumina,
en la fuente que salta hasta la vida,
en el pan que repara nuestras fuerzas;
en el himno de amor y de alabanza
que se canta en el cielo eternamente,
y en la carne de Cristo se hizo canto
de la tierra y del cielo juntamente.
Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo,
el Señor Jesucristo, nuestro hermano,
y al Espíritu Santo, que, en nosotros,
glorifica tu nombre por los siglos. Amén.
SALMODIA
Ant.1 La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.
- Salmo 88, 2-38 -
--I--
Cantaré eternamente la misericordia del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Pues dijiste: "Cimentado está por siempre mi amor,
asentada más que el cielo mi lealtad."
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades."
El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es so orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.
Ant. 2 El Hijo de Dios nació según la carne de la
estirpe de David.
--II--
Un día hablaste en visión a tus amigos:
"He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo."
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.
Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mandaré eternamente mi favor,
y mi alma con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 El Hijo de Dios nació según la carne de la
estirpe de David.
Ant. 3 Juré una vez a David, mi siervo: "Tú linaje será
perpetuo."
--III--
Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
"Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Juré una vez a David, mi siervo: "Tú linaje será
perpetuo."
VERSÍCULO
V. La explicación de tus palabras ilumina.
R. Da inteligencia a los ignorantes.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios
3, 7—4, 4
Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue
grabada con letras en piedra, fue glorioso, y de tal modo
que ni podían fijar la vista los israelitas en el rostro de
Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera,
¿cuánto más glorioso no será el régimen del espíritu?
Efectivamente, si hubo gloria en el régimen que lleva a
la condenación, con mayor razón hay profusión de glo-
ria en el régimen que conduce a la justificación. Y, en
verdad, lo que en aquel caso fue gloria, no es tal en com-
paración con ésta, tan eminente y radiante. Pues si lo
perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón
será glorioso lo imperecedero.
Estando, pues, en posesión de una esperanza tan
grande, procedemos con toda decisión y seguridad, y no
como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para
que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor,
que era perecedero. Y sus entendimientos quedaron em-
botados, pues, en efecto, hasta el día de hoy perdura ese
mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El velo
no se ha descorrido, pues sólo con Cristo queda remo-
vido. Y así, hasta el día de hoy, siempre que leen a
Moisés, persiste un velo tendido sobre sus corazones.
Mas cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo.
El Señor es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor,
ahí está la libertad. Y todos nosotros, reflejando como
en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del
Señor, nos vamos transformando en su propia imagen,
hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Se-
ñor, que es espíritu.
Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de
este ministerio, no sentimos desfallecimiento, antes bien,
renunciamos a todo encubrimiento vergonzoso del Evan-
gelio; procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra
de Dios y, dando a conocer la verdad, nos encomenda-
mos al juicio de toda humana conciencia en la presencia
de Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio queda cubierto
como por un velo, queda así encubierto sólo para los que
van camino de perdición, para aquellos cuyos entendi-
mientos incrédulos cegó el dios del mundo presente, para
que no vean brillar la luz del mensaje evangélico sobre
la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.
Responsorio
R. Todos nosotros, reflejando como en un espejo en
nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, * nos
vamos transformando en su propia imagen, hacia
una gloria cada vez mayor.
V. Nuestro culto es conforme al Espíritu de Dios y te-
nemos puesta nuestra gloria en Cristo Jesús.
R. Nos vamos transformando en su propia imagen, ha-
cia una gloria cada vez mayor.
SEGUNDA LECTURA
De la Carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio
de san Policarpo
Cuando estuvo preparada la hoguera, Policarpo, ha-
biéndose despojado de sus vestidos y soltado el ceñidor,
se esforzaba también en descalzarse, cosa que no hubiera
tenido que hacer antes, pues siempre todos los fieles ri-
valizaban en hacerlo, por el afán de ser los primeros en
tocar su cuerpo, ya que, aun antes de su martirio, era
grande la fama de virtud que le había ganado su santa
vida.
Llegó el momento en que ya estaban preparados a
su alrededor todos los instrumentos necesarios para la
hoguera. Cuando iban a clavarlo en el poste, dijo:
«Dejadme así; el que me ha hecho la gracia de morir
en el fuego hará también que permanezca inmóvil en
la hoguera, sin necesidad de vuestros clavos.»
Ellos, pues, no lo clavaron, sino que se limitaron a
atarlo. Policarpo, con las manos atadas a la espalda,
como una víctima insigne tomada del gran rebaño, dis-
puesta para la oblación, como ofrenda agradable a Dios,
mirando al cielo, dijo:
«Señor Dios todopoderoso, Padre de tu amado y ben-
dito siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el cono-
cimiento de tu persona, Dios de los ángeles y de las po-
testades, de toda la creación y de toda la raza de los
justos que viven en tu presencia: te bendigo porque en
este día y en esta hora te has dignado agregarme al
número de los mártires y me has concedido tener parte
en el cáliz de tu Ungido, para alcanzar la resurrección
y la vida eterna del alma y del cuerpo en la incorrup-
ción por el Espíritu Santo; ojalá sea hoy recibido como
ellos en tu presencia como un sacrificio pingüe y acep-
to, tal como de antemano lo dispusiste y me diste a
conocer, y ahora lo cumples, oh Dios, veraz y verdadero.
Por esto te alabo por todas estas cosas, te bendigo, te
glorifico por mediación del eterno y celestial pontífice,
Jesucristo, tu amado siervo, por quien sea la gloria a ti,
junto con él y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos
venideros. Amén.»
Cuando hubo pronunciado el «Amén», concluyendo
así su oración, los esbirros encendieron el fuego. Se le-
vantó una gran llamarada, y entonces pudimos contem-
plar algo maravilloso, nosotros, los que tuvimos el pri-
vilegio de verlo, y que por esto hemos sobrevivido, para
contar a los demás lo acaecido. El fuego, en efecto,
abombándose como la vela de un navio henchida por
el viento, formó como un círculo alrededor del cuerpo
del mártir; el cual, puesto en medio, no tomó el aspecto
de un cuerpo quemado, sino que parecía pan cocido u
oro y plata que se acrisolan al fuego. Y nosotros perci-
bíamos un olor tan agradable como si se quemara in-
cienso u otro precioso aroma.
Responsorio
R. Al ángel de la Iglesia de Esmirna escribe: «Esto dice
el primero y el último, el que estaba muerto y re-
vivió: Conozco tu tribulación y tu pobreza; aunque
eres rico. * Mantente fiel hasta la muerte y te daré
la corona de la vida.»
V. No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a
meter a algunos de vosotros en la cárcel para que
seáis tentados.
R. Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de
la vida.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios y Señor de todo lo creado, que quisiste que
san Policarpo fuera contado entre tus mártires, con-
cédenos, por su intercesión, participar con él en la
pasión de Cristo, para poder así resucitar, también
con él, a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucris-
to, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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