21 de Agosto
Nació en la aldea de Riece, situada en la región véneta, el
año 1835. Primero ejerció santamente como presbítero; más
tarde fue obispo de Mantua y luego patriarca de Venecia. El
año 1903 fue elegido papa. Adoptó como lema de su pontifi-
cado: "Instaurare omnia in Christo", consigna por la que tra-
bajó intensamente con sencillez de espíritu, pobreza y fortale-
za, dando así un nuevo incremento a la vida de la Iglesia.
Tuvo que luchar también contra los errores doctrinales que en
ella se infiltraban. Murió en día 20 de agosto del año 1914.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.
HIMNO
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
st tu voz no nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto eo camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas la mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.
SALMODIA
Ant.1 No fue su brazo el que les dio la victoria, sino
tu diestra y la luz de tu rostro.
- Salmo 43-
--I--
¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo, con tu mano, desposeiste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 No fue su brazo el que les dio la victoria, sino
tu diestra y la luz de tu rostro.
Ant. 2 No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os
convertís a él.
--II--
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dipersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os
convertís a él.
Ant. 3 Levántate, Señor, no nos rechaces más.
--III--
Todo eso nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado a suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Levántate, Señor, no nos rechaces más.
VERSÍCULO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Efesios
3, 1-13
Hermanos: Yo, Pablo, el prisionero de Cristo Jesús
por vosotros, los gentiles... Ya habréis oído hablar de
cómo Dios me ha encomendado la dispensación de la
gracia divina en favor vuestro, es decir, de cómo, por re-
velación, me dio a conocer el misterio, que acabo de des-
cribiros en pocas palabras. Por su lectura, podréis cono-
cer mi penetración del misterio de Cristo.
Este misterio no fue dado a conocer a los hombres
en las pasadas generaciones, tal como ha sido revelado
ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas:
esto es, que los gentiles, incorporados a Cristo Jesús y
por medio del Evangelio, son coherederos con los judíos,
miembros del mismo cuerpo y copartícipes de las pro-
mesas divinas. De este Evangelio he sido yo constituido
ministro, al darme Dios su gracia con toda la eficacia
de su poder.
A mí, el más insignificante de todos los consagrados,
me concedieron este don: anunciar a los gentiles la ini-
maginable riqueza de Cristo y aclararles a todos cómo
se va realizando el secreto escondido desde siempre en
Dios, creador del universo. Así, por medio de la Iglesia,
las soberanías y autoridades de lo alto conocen las múl-
tiples formas de la sabiduría de Dios> contenidas en el
proyecto secular que llevó a efecto con Cristo Jesús, Se-
ñor nuestro, pues, gracias a Cristo y por la fe en él,
tenemos libertad para acercarnos confiados.
Por eso os pido que no os desaniméis por las tribu-
laciones que sufro por vosotros, pues ellas son vuestra
gloria.
Responsorio
R. A mí, el más insignificante de todos los consagrados,
me concedieron este don: anunciar a los gentiles la
inimaginable riqueza de Cristo. * Por la fe en él, te-
nemos libertad para acercarnos confiados.
V. Hemos recibido la gracia y el apostolado, para pre-
dicar la sumisión de la fe a todos los gentiles.
R. Por la fe en él, tenemos libertad para acercarnos
confiados.
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución apostólica Divino afflátu, del papa san
Pío décimo
Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos
por inspiración divina, cuya colección forma parte de
las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Igle-
sia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad
de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sa-
crificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios
que van bendiciendo su nombre, y que además, por una
costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron
un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio
divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de
la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antece-
sor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se
canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero»,
y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre
todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay
que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecua-
das» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice be-
llamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dig-
namente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se
dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de ala-
barlo.»
Los salmos tienen, además, una eficacia especial para
suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes.
En efecto, «si bien es verdad que todas las partes de la
Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento,
están inspiradas por Dios y son útiles para instruir, se-
gún está escrito, sin embargo, el libro de los salmos,
como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de to-
dos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos
y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos
junto con aquellos otros.» Estas palabras son también de
san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver,
los salmos vienen a ser como un espejo, en el que
quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus di-
versos sentimientos, y con esta sensación los recitan.»
San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuán-
to lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensa-
mente por las voces de tu Iglesia que resonaban dulce-
mente! A medida que aquellas voces se infiltraban en
mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi in-
terior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad,
y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien.»
En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas
frecuentes expresiones de los salmos en las que se en-
salza de un modo tan elevado la inmensa majestad de
Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o
clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos
de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sen-
timientos de acción de gracias por los beneficios recibi-
dos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas
por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del
alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá infla-
mado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo
redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los
salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por
la esperanza, ora suspirando por la realidad»?
Responsorio
R. Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para
confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, * no bus-
cando agradar a los hombres, sino a Dios.
V. Nuestra exhortación no procede del error, ni de la
impureza ni con engaño.
R. No buscando agradar a los hombres, sino a Dios.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que, para defender la fe
católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste
al papa san Pío décimo de sabiduría divina y de forta-
leza apostólica, concédenos que, dóciles a sus instruc-
ciones y ejemplos, consigamos la recompensa eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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