1 de enero
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Celebremos la maternidad de santa María Virgen
y adoremos a su Hijo Jesucristo, el Señor.
HIMNO
De la raíz de Jesé
dio la vara bella flor,
fecundo parto ha tenido
sin mengua de su pudor.
Feliz recibe el pesebre
a quien la luz fabricó,
con el Padre hizo los cielos
y está entre pañales hoy.
Al mundo le ha dado leyes
y diez esas leyes son,
y al hacerse hombre no quiso
romper la ley, la cumplió.
Ha nacido ya la luz,
muere la muerte, y huyó
la noche, venid, oh pueblos,
que María trajo a Dios.
A ti, Jesús, de la Virgen
nacido, gloria y honor,
con el Padre y el Paráclito,
sempiterna adoración. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey
de la gloria.
- Salmo 23 -
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
Extiendes los cielos como una tienda,
contruyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey
de la gloria.
Ant. 2 El Hombre ha nacido en ella; el Altísimo en
persona la ha fundado.
-Salmo 86-
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas la moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
"Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tiros y etíopes
han nacido allí."
Se dirá de Sión: "Uno por uno
todos han nacido el ella;
el Altísimo en persona la ha fundado."
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
"Éste ha nacido allí."
Y cantarán mientras danzan:
"Todas mis fuerzas están en ti."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 El Hombre ha nacido en ella; el Altísimo en
persona la ha fundado.
Ant. 3 Engendrado antes de la aurora de los siglos,
el Señor, nuestro Salvador, hoy ha querido nacer como
hombre.
-Salmo 98-
El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.
El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.
Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón
y un Dios vengador de sus maldades.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Engendrado antes de la aurora de los siglos,
el Señor, nuestro Salvador, hoy ha querido nacer como
hombre.
VERSÍCULO
V. La Palabra se hizo carne. Aleluya.
R. Y puso su morada entre nosotros. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos
2, 9-17
Hermanos: A Jesús, a quien Dios puso momentánea-
mente bajo los ángeles, lo vemos ahora coronado de glo-
ria y de honor por haber padecido la muerte. Así, por
amorosa dignación de Dios, gustó la muerte en beneficio
de todos.
Pues como quisiese Dios, por quien y para quien son
todas las cosas, llevar un gran número de hijos a la
gloria, convenía ciertamente que perfeccionase por medio
del sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación, ya
que tanto el que santifica como los que son santificados
tienen un mismo origen. Por esta razón no se avergüen-
za de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu
nombre a mis hermanos; cantaré en la asamblea tus
loores.» Y también: «Pondré en él mi confianza.» Y en
otro lugar: «Aquí estoy con mis hijos, los hijos que
Dios me ha dado.»
Así pues, como los hijos participan de la carne y
de la sangre, también él entró a participar de las mis-
mas, para reducir a la impotencia, por su muerte, al que
retenía el imperio de la muerte, es decir, al demonio, y
librar a los que por temor a la muerte vivían toda su
vida sometidos a esclavitud. Él no vino, ciertamente, en
auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la descenden-
cia de Abraham. Por eso debía ser semejante en todo
a sus hermanos, para poderse apiadar de ellos y ser fiel
pontífice ante Dios, a fin de expiar los pecados del
pueblo.
Responsorio
R. Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno
al Creador del universo. * Engendraste al que te creó
y permaneces virgen para siempre.
V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está con-
tigo.
R. Engendraste al que te creó y permaneces virgen para
siempre.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de san Atanasio, obispo
El Verbo de Dios tomó la descendencia de Abraham,
como dice el Apóstol; por eso debía ser semejante en
todo a sus hermanos, asumiendo un cuerpo semejante
al nuestro. Por eso María está verdaderamente presente
en este misterio, porque de ella el Verbo asumió como
propio aquel cuerpo que ofreció por nosotros. La Escri-
tura recuerda este nacimiento, diciendo: Lo envolvió en
pañales; alaba los pechos que amamantaron al Señor y
habla también del sacrificio ofrecido por el nacimiento
de este primogénito. Gabriel había ya predicho esta con-
cepción con palabras muy precisas; no dijo en efecto:
«Lo que nacerá en ti», como si se tratara de algo extrín-
seco, sino de ti, para indicar que el fruto de esta concep-
ción procedía de María.
El Verbo, al recibir nuestra condición humana y al
ofrecerla en sacrificio, la asumió en su totalidad, y luego
nos revistió a nosotros de lo que era propio de su per-
sona, como lo indica el Apóstol: Esto corruptible tiene
que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que
vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no se realizaron de manera ficticia, como
algunos pensaron —lo que es inadmisible—, sino que hay
que decir que el Salvador se hizo verdaderamente hom-
bre y así consiguió la salvación del hombre íntegro; pues
esta nuestra salvación en modo alguno fue algo ficticio
ni se limitó a solo el cuerpo, sino que en el Verbo de
Dios se realizó la salvación del hombre íntegro, es decir,
del cuerpo y del alma.
Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María
era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan
las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo
igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que
como todos nosotros es hija de Adán.
Lo que dice Juan: La Palabra se hizo carne, tiene un
sentido parecido a lo que se encuentra en una expresión
similar de Pablo, que dice: Cristo se hizo maldición por
nosotros. Pues de la unión íntima y estrecha del Verbo
con el cuerpo humano se siguió un inmenso bien para
el cuerpo de los hombres, porque de mortal que era
llegó a ser inmortal, de animal se convirtió en espiritual
y, a pesar de que había sido plasmado de tierra, llegó a
traspasar las puertas del cielo.
Pero hay que afirmar que la Trinidad, aun después
de que el Verbo tomó cuerpo de María, continuó siendo
siempre la Trinidad, sin admitir aumento ni disminu-
ción; ella continúa siendo siempre perfecta y debe con-
fesarse como un solo Dios en Trinidad, como lo confiesa
la Iglesia al proclamar al Dios único, Padre del Verbo.
Responsorio
R. No hay alabanza digna de ti, virginidad inmaculada
y santa. • Porque en tu seno has llevado al que ni el
cielo puede contener.
V. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre.
R. Porque en tu seno has llevado al que ni el cielo pue-
de contener.
HIMNO FINAL
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
Oremos:
Señor Dios, que por la maternidad virginal de María
has dado a los hombres los tesoros de la salvación,
haz que sintamos la intercesión de la Virgen Madre, de
quien hemos recibido al autor de la vida, Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro. Que vive y reina contigo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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