Nació en Nursia, región de Umbría, hacia el año 480. Des-
pués de haber recibido en Roma una adecuada formación, co-
menzó a practicar la vida eremítica en Subiaco, donde reunió
a algunos discípulos; más tarde se trasladó a Casino. Allí
fundó el célebre monasterio de Montecasino y escribió la
Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del mona-
quismo occidental. Murió en 21 de marzo del año 547, pero
ya desde finales del siglo VII en muchos lugares comenzó a
celebrarse su memoria el día de hoy.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.
HIMNO
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
A voz de tu aliento
se estremeció la nada;
la hermosura brilló
y amaneció la gracia.
Señor, ¿a quién iremos,
st tu voz no nos habla?
Nos hablas en las voces
de tu voz semejanza:
en los goces pequeños
y en las angustias largas.
Señor, ¿a quién iremos,
si tú eres la Palabra?
En los silencios íntimos
donde se siente el alma,
tu clara voz creadora
despierta la nostalgia.
¿A quién iremos, Verbo,
entre tantas palabras?
Al golpe de la vida,
perdemos la esperanza;
hemos roto eo camino
y el roce de tu planta.
¿A dónde iremos, dinos,
Señor, si no nos hablas?
¡Verbo del Padre, Verbo
de todas la mañanas,
de las tardes serenas,
de las noches cansadas!
¿A dónde iremos, Verbo,
si tú eres la Palabra? Amén.
SALMODIA
Ant.1 Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso
damos gracias a tu nombre.
- Salmo 43-
--I--
¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.
Tú mismo, con tu mano, desposeiste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso
damos gracias a tu nombre.
Ant. 2 Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al
oprobio.
--II--
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.
Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dipersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al
oprobio.
Ant. 3 Levántate, Señor, y redimenos por tu misericordia.
--III--
Todo eso nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.
Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?
Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado a suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Levántate, Señor, y redimenos por tu misericordia.
VERSÍCULO
V. Señor, ¿a quién vamos a ir?
R. Tú tienes palabras de vida eterna.
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Proverbios
10, 6-32
La bendición del Señor desciende sobre la cabeza del
justo; la violencia cerrará la boca de los malvados. El
recuerdo del justo es bendito; el nombre del malvado se
pudre. El hombre de corazón sabio acepta el consejo; el
hombre de labios insensatos corre a su ruina.
Quien camina honradamente camina seguro; el que si-
gue caminos tortuosos pronto será descubierto. El que
guiña el ojo causa desventuras; el que reprende con fran-
queza trae la paz. La boca del justo es fuente de vida; la
boca del malvado es copa de vinagre. El odio provoca
discusiones; el amor cubre todas las faltas. La sabiduría
se encuentra en los labios del prudente; el palo es para la
espalda del insensato.
El sabio atesora la ciencia; la boca del necio es un pe-
ligro a la vista, La fortuna del rico es su baluarte; el
terror del pobre es su miseria. El salario del justo procu-
ra la vida; la ganancia del malvado trae la ruina. El que
acepta la corrección va por camino de vida; el que recha-
za la reprensión se extravía.
Los labios del justo apagan el odio; los labios del ne-
cio difunden la calumnia. En el mucho hablar no faltará
pecado; el que frena sus labios es sensato. La lengua del
justo es plata probada; el corazón perverso vale bien
poco. Los labios del justo apacientan a muchos; los ne-
cios mueren por falta de juicio.
La bendición de Dios es la que hace prosperar, y nada
le añade nuestra fatiga. Es un juego para el necio hacer
maldades; es un gozo para el sabio adquirir sabiduría. Al
malvado le sucede lo que teme; pero al justo se le da lo
que desea. Como pasa la tormenta, así pasan los impíos;
mas el justo permanece para siempre. Vinagre en los
dientes, humo en los ojos, eso es el mensajero perezoso
para quien lo envía.
El temor del Señor prolonga la vida; los años del im-
pío son acortados. La esperanza del justo termina en ale-
gría; la ilusión del malhechor termina en un fracaso. El
camino de Dios es refugio para el honrado; y es terror
para el malvado. El justo jamás vacilará; los impíos no
habitarán la tierra. De la boca del justo brotará sabidu-
ría; de la lengua tramposa brotará el engaño. Los labios
del justo saben de benevolencia; la boca del malvado
sabe de perversidad.
Responsorio
R. La boca del justo expone la sabiduría, su lengua ex-
plica el derecho; * porque lleva en el corazón la ley
de su Dios.
V. El recuerdo del justo será perpetuo; no temerá las
malas noticias.
R. Porque lleva en el corazón la ley de su Dios.
SEGUNDA LECTURA
De la Regla de san Benito, abad
Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero
que has de hacer es pedir constantemente a Dios que
sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contris-
taremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha
dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en
todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los
bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún
día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos des-
herede, o, como un amo temible, irritado por nuestra
maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servi-
dores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.
Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedien-
tes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora
que despertéis del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la
luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que
nos hace cada día la voz de Dios: Hoy, si escucháis su
voz, no endurezcáis el corazón; y también: El que tenga
oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os
instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras te-
néis luz, para que las tinieblas de la muerte no os sor-
prendan.
Y el Señor, buscando entre la multitud de los hom-
bres a uno que realmente quisiera ser operario suyo,
dirige a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la
vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta
invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si
amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del
mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el
bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis
ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vues-
tras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré:
Aquí estoy.»
¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy
amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved
cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el
camino de la vida.
Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica
de las buenas obras, avancemos por sus caminos, to-
mando por guía el Evangelio, para que alcancemos a
ver a aquel que nos ha llamado a su reino. Porque, si
queremos tener nuestra morada en las estancias de su
reino, hemos de tener presente que para llegar allí he-
mos de caminar aprisa por el camino de las buenas
obras.
Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que
separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un
celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a
la vida eterna. Éste es el celo que han de practicar con
ferviente amor los monjes, esto es: tengan por más
dignos a los demás; soporten con una paciencia sin lí-
mites sus debilidades, tanto corporales como espiritua-
les; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a
los otros; procuren todos el bien de los demás, antes
que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor
fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios;
amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no
antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos
lleve a todos juntos a la vida eterna.
Responsorio
R. El bienaventurado Benito, habiendo dejado su casa
y sus bienes familiares y queriendo agradar sólo a
Dios, buscó la manera de llevar una vida santa, * y
habitó en la soledad, ante los ojos del Altísimo, que
todo lo ve.
V. Sabiamente indocto, se retiró, consciente de su ig-
norancia.
R. Y habitó en la soledad, ante los ojos del Altísimo,
que todo lo ve.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios nuestro, que constituíste al abad san Benito
como un insigne maestro para los que quieren entregar-
se a tu servicio, concédenos que, anteponiendo tu amor
a todas las cosas, corramos con un amor generoso por
el camino de tus mandamientos. Por nuestro Señor Je-
sucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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