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Oficio de lectura
Viernes XXVII Ordinario

III semana

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado d tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

- Salmo 68, 2-22. 30-37 -
--I--

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extraño para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos, se burlan de mí;
cuando me visto de saco, se ríen de mí;
sentados a la puerta murmuran,
mientras beben vino me cantan burlas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre.

--II--

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

Arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran conpasión vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista está los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre.

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

--III--

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

VERSÍCULO

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.
R. Y marcharemos por sus sendas.

PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes
21, 1-18. 23—22, 1

Cuando Manasés subió al trono tenía doce años, y rei-
nó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Su madre se lla-
maba Jefzibá. Hizo lo que el Señor reprueba, imitando
las costumbres abominables de las naciones que el Señor
había expulsado ante los israelitas. Reconstruyó las ermi-
tas de los altozanos derruidas por su padre Ezequías, le-
vantó altares a Baal y erigió una estela, igual que hizo
Ajaz de Israel; adoró y dio culto a todo el ejército del
cielo; puso altares en el templo del Señor, del que había
dicho el Señor: «Pondré mi nombre en Jerusalén»; edi-
ficó altares a todo el ejército del cielo en los dos atrios
del templo; quemó a su hijo; practicó la adivinación y la
magia; instituyó nigromantes y adivinos. Hacía continua-
mente lo que el Señor reprueba, irritándolo.

La imagen de Astarté que había fabricado, la colocó
en el templo del que el Señor había dicho a David y a su
hijo Salomón: «En este templo y en Jerusalén, a la que
elegí entre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre
para siempre; ya no dejaré que Israel ande errante,
lejos de la tierra que di a sus padres, a condición de
que pongan por obra cuanto les mandé, siguiendo la
ley que les promulgó mi siervo Moisés.» Pero ellos no
hicieron caso. Y Manasés los extravió, para que se porta-
sen peor que las naciones a las que el Señor había exter-
minado ante los israelitas. El Señor dijo entonces por
sus siervos los profetas:

«Puesto que Manasés de Judá ha hecho esas cosas
abominables, se ha portado peor que los amorreos que
le precedieron y ha hecho pecar a Judá con sus ídolos,
así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo voy a traer sobre
Jerusalén y Judá tal catástrofe, que al que lo oiga, le
retumbarán los oídos. Extenderé sobre Jerusalén el cor-
del como hice en Samaría, el mismo nivel con que medí
a la dinastía de Ajab, y fregaré a Jerusalén como a un
plato, que se friega por delante y por detrás. Desecharé
al resto de mi heredad, lo entregaré en poder de sus
enemigos, será presa y botín de sus enemigos, porque
han hecho lo que yo repruebo, me han irritado desde el
día en que sus padres salieron de Egipto hasta hoy."»

Además, Manases derramó ríos de sangre inocente,
de forma que inundó Jerusalén de punta a punta, aparte
del pecado que hizo cometer a Judá haciendo lo que el
Señor reprueba. Para más datos sobre Manasés y los
crímenes que cometió, véanse los Anales del reino de
Judá. Manasés murió, y lo enterraron en el jardín de su
palacio, el jardín de Uzá.

Su hijo Amón le sucedió en el trono. Sus cortesanos
conspiraron contra él y lo asesinaron en el palacio; pero
la población mató a los conspiradores, y nombraron rey
sucesor a Josías, hijo de Amón. Para más datos sobre
Amón y sus empresas, véanse los Anales del reino de
Judá. Lo enterraron en su sepultura del jardín de Uzá.

Su hijo Josías le sucedió en el trono. Cuando Josías
subió al trono tenía dieciocho años, y reinó treinta y un
años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de
Adaya, natural de Boscat.

Responsorio

R. Manasés extravió a la población de Jerusalén para
que se portase mal. * Entonces, el Señor hizo venir
contra ellos a los generales del rey de Asiría.

V. El Señor dirigió su palabra a Manasés y a su pueblo,
pero no le hicieron caso.

R. Entonces, el Señor hizo venir contra ellos a los gene-
rales del rey de Asiría.

SEGUNDA LECTURA

Del primer Conmonitorio de san Vicente de Lerins,
presbítero

¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los
conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible y
la realidad es que este progreso se da.

En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y
sería tan enemigo de Dios como para impedir este pro-
greso? Pero este progreso sólo puede darse con la con-
dición de que se trate de un auténtico progreso en el
conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma fe.
Lo propio del progreso es que la misma cosa que pro-
gresa crezca y aumente, mientras lo característico del
cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo
totalmente distinto. Es conveniente, por tanto, que, a
través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca
y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de
cada una de las personas y del conjunto de los hombres,
tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de
cada uno de sus miembros.

Pero este crecimiento debe seguir su propia natura-
leza, es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del
dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idén-
tica doctrina. Que el conocimiento religioso imite, pues,
el modo como crecen los cuerpos, los cuales, si bien con
el correr de los años se van desarrollando, conservan, no
obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay entre
la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero,
no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad
son, en realidad, los mismos que hace un tiempo eran
adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre
pueden cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y
su persona es la misma.

Los miembros de un recién nacido son pequeños, los
de un joven están ya desarrollados; pero, con todo, el
uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los
niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si
algún miembro del cuerpo no es visible hasta la puber-
tad, este miembro, sin embargo, existe ya como en em-
brión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser rea-
lidad en el anciano que no se contenga como en germen
en el niño.

No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo
progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste
en que, con el correr de los años, vayan manifestándose
en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de
aquellos miembros que la sabiduría del Creador había
ya preformado en el cuerpo del recién nacido.

Porque si aconteciera que un ser humano tomara apa-
riencias distintas a las de su propia especie, sea porque
adquiriera mayor número de miembros, sea porque per-
diera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el
cuerpo perece o bien que se convierte en un monstruo
o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es
también esto mismo lo que acontece con los dogmas
cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se
consoliden a través de las edades, se desarrollen con el
correr de los años y crezcan con el paso del tiempo.

Nuestros mayores sembraron antiguamente en el cam-
po de la Iglesia semillas de una fe de trigo; sería ahora
grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus
descendientes, en lugar de la verdad del trigo legáramos
a nuestra posteridad el error de la cizaña.

Al contrario, lo recto y consecuente, para que no dis-
crepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las semillas
de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma
de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos
aquellas primeras semillas han crecido y se han desarro-
llado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los
primeros trabajos.

Responsorio

R. Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo te
enseño: * No añadáis nada a lo que os mando, ni
suprimáis nada.

V. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.

R. No añadáis nada a lo que os mando, ni suprimáis
nada.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que con la magnificen-
cia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos
de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu mise-
ricordia, para que libres nuestra conciencia de toda in-
quietud y nos concedas aun aquello que no nos atreve-
mos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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