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Oficio de lectura
Lunes XXV Ordinario

I semana

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Entremos en la presencia del Señor dándole gracias.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Dios de la tierra y del cielo,
que por dejarlas más clara,
las grandes aguas separas,
pones límite al cielo.

Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.

Hazlo en la fe luminoso,
alegre en austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

- Salmo 6 -

Señor, no me corrijas con tu ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuando?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tanta contradicciones.

Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Salmo 9A
--I--

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él jusgará el orbe con justicia
y regirá los pueblos con rectitud.

Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confían en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

-II -

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza de humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infundeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

VERSÍCULO

V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías
2, 1—3, 6

En nuestra fiesta de Pentecostés (la fiesta de las Se-
manas), me prepararon una buena comida. Cuando me
puse a la mesa, llena de platos variados, dije a mi
hijo Tobías:

«Hijo, anda a ver si encuentras a algún pobre de
nuestros compatriotas deportados a Nínive, uno que se
acuerde de Dios con toda el alma, y tráelo para que
coma con nosotros. Te espero, hijo, hasta que vuelvas.»

Tobías marchó a buscar a algún israelita pobre y,
cuando volvió, me dijo:

«Padre.»

Respondí:

«¿Qué hay, hijo?»

Repuso:

«Padre, han asesinado a un israelita. Lo han estran-
gulado hace un momento, y lo han dejado tirado ahí en
la plaza.»

Yo pegué un salto, dejé la comida sin haberla pro-
bado, recogí el cadáver de la plaza y lo metí en una
habitación, para enterrarlo cuando se pusiera el sol.
Cuando volví, me lavé y comí entristecido, recordando
la frase del profeta Amos contra Betel: «Se cambiarán
vuestras fiestas en luto, vuestros cantos en elegías», y
lloré. Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y lo
enterré. Los vecinos se reían de mí:

«¡Ya no tiene miedo! Lo anduvieron buscando para
matarlo por eso mismo, y entonces se escapó; pero
ahora, ahí lo tenéis, enterrando muertos.»

Aquella noche, después del baño, fui al patio y me
tumbé junto a la tapia, con la cara destapada porque
hacía calor. Yo no sabía que en la tapia, encima de mí,
había un nido de gorriones; su excremento caliente me
cayó en los ojos y se me formaron unas manchas blan-
cas. Fui a los médicos a que me curaran; pero cuantos
más ungüentos me daban, más vista perdía, hasta que

quedé completamente ciego. Estuve sin vista cuatro
años. Todos mis parientes se apenaron por mi desgra-
cia; y Ajicar me cuidó dos años, hasta que marchó a
Elimaida.

En aquella situación, mi mujer, Ana, se puso a hacer
labores para ganar dinero. Los clientes le daban el im-
porte cuando les llevaba la labor terminada; el siete de
marzo, al acabar una pieza y mandársela a los clientes,
éstos le dieron el importe íntegro y le regalaron un ca-
brito para que lo trajese a casa. Cuando llegó, el cabrito
empezó a balar. Yo llamé a mi mujer y le dije:

«¿De dónde viene ese cabrito? ¿No será robado? De-
vuélveselo al dueño, que no podemos comer nada ro-
bado.»

Ana me respondió:

«Me lo han dado de propina, además de la paga.»

Pero yo no la creía, y, abochornado por su acción,
insistí en que se lo devolviera al dueño. Entonces me
replicó:

«¿Dónde están tus limosnas? ¿Dónde están tus obras
de caridad? ¡Ya ves lo que te pasa!»

Profundamente afligido, sollocé, me eché a llorar y
empecé a rezar entre sollozos:

«Señor, tú eres justo, todas tus obras son justas; tú
actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del
mundo. Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me
castigues por mis pecados, mis errores y los de mis pa-
dres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus man-
datos. Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la
muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de to-
das las naciones donde nos has dispersado. Sí, todas tus
sentencias son justas cuando me tratas así por mis pe-
cados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni he-
mos procedido lealmente en tu presencia.

Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me qui-
ten la vida, y desapareceré de la faz de la tierra y en
tierra me convertiré. Porque más me vale morir que
vivir después de oír ultrajes que no merezco y verme
invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de
esta prueba; déjame marchar a la eterna morada y no
me apartes tu rostro, Señor. Porque más me vale morir
que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ul-
trajes.»

Responsorio

R. Manda, Señor, que yo desaparezca de la tierra para
no oír más insultos; no me castigues por mis peca-
dos, mis errores y los de mis padres. * Porque libras
a los que se acogen a ti, Señor.

V. Todas tus obras son justas; tú actúas con miseri-
cordia y lealtad, tú eres el juez del mundo; acuér-
date de mí, Señor.

R. Porque libras a los que se acogen a ti, Señor.

SEGUNDA LECTURA

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas.
En cierta manera puede decirse que vivimos en este
mundo rodeados de ladrones y de lobos rapaces; por ello
os exhortamos a que, ante tales peligros, no dejéis de
orar. Además las ovejas son rebeldes; si, cuando se des-
carrían, vamos tras ellas, ellas, para engaño y perdición
suya, huyen de nosotros, diciendo: «¿Qué queréis de
nosotras? ¿Por qué nos buscáis?» Como si no fuera un
mismo y único motivo el que nos hace desear tenerlas
cercanas y el que nos obliga a buscarlas cuando las ve-
mos lejos; las deseamos, en efecto, cerca, porque cuando
se alejan se descarrían y se pierden. «Si vivo en el error
—dicen—, si camino hacia la perdición, ¿por qué me bus-
cas?, ¿por qué me deseas?» Precisamente porque vives en
el error quiero llevarte de nuevo al buen camino; porque
te estás perdiendo deseo encontrarte de nuevo.

«Pero yo —dice la oveja— deseo vivir en el error, quie-
ro perecer.» Así pues, ¿quieres vivir en el error y caminar
a la perdición? Pues si tú deseas esto, yo, con mayor
ahínco, deseo lo contrario. Y además no dejaré de írtelo
repitiendo, aunque con ello llegue a importunarte, pues
escucho al Apóstol que me dice: Proclama la palabra, in-
siste con oportunidad o sin ella. ¿A quiénes se anuncia la
buena nueva con oportunidad? ¿A quiénes se les anuncia
sin ella? Con oportunidad se anuncia a quienes desean es-
cucharla, sin oportunidad a quienes no lo desean. Por
tanto, aunque sea importuno, me atreveré a decirte: «Tú
deseas andar por el camino del error, tú deseas perecer,
pero yo deseo todo lo contrario.» Aquel que puede hacer-
me temer en el último día no me permite abandonarte;
si te abandonara en tu error, él me increparía, diciéndo-
me: No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdi-
das. ¿Acaso piensas que te temeré más a ti que a él? Pues,
iodos tendremos que comparecer ante el tribunal de
Cristo.

Iré, poír tanto, tras la descarriada, buscaré a la perdi-
da. Lo haré tanto si lo deseas como si no lo deseas.
Y aunque, mientras voy tras ella, las zarzas de las selvas
desgarraren mi carne, estoy dispuesto a pasar por los
más difíciles y estrechos caminos y a penetrar en todos
los cercados. Mientras el Señor, el único a quien temo,
me dé fuerzas haré cuanto esté en mi mano. Forzaré a la
descarriada al retorno, buscaré a la perdida. Si quieres
que no sufra, no te descarríes, no te apartes del buen
camino. Y aun es poco el dolor que siento al ver que vas
descarriada y en camino de perdición; temo, además, que
si a ti te abandonara daría incluso muerte a las ovejas
sanas. Mira, si no, lo que se dice en el texto a continua-
ción: Maltratáis brutalmente a las fuertes. Si descuido,
pues, a la que se descarría y se pierde, la que está fuerte
deseará también andar por los caminos del error y de la
perdición.

Responsorio

R. No retengas tu palabra ni ocultes tu sabiduría, cuan-
do puedan ser ellas instrumento de salvación; * pues
la sabiduría se da a conocer en el hablar, y los co-
nocimientos en las palabras de la lengua.

V. Proclama la palabra, insiste con oportunidad o sin
ella, persuade, reprende, exhorta, armado de toda
paciencia y doctrina.

R. Pues la sabiduría se da a conocer en el hablar, y los
conocimientos en las palabras de la lengua.

ORACIÓN.

Oremos:
Oh Dios, has hecho del amor a ti y a los hermanos la
plenitud de la ley; concédenos cumplir tus mandamien-
tos y llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesu-
cristo; tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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