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Oficio de lectura
Sábado V de Cuaresma

I semana

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado
y por nosotros murió, venid, adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

¿Que tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!"

Y ¡cuántas, hermosura soberana:
"Mañana le abriremos", repondía,
para lo mismo responder mañana! Amén.

SALMODIA

Ant.1 Quien se haga pequeño como un niño, ése
es el más grande en el reino de los cielos.

- Salmo 130-

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Quien se haga pequeño como un niño, ése
es el más grande en el reino de los cielos.

Ant. 2 Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo
he entregado todo.

Salmo 131
--I--

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

"No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob."

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo
he entregado todo.

Ant. 3 El Señor ha jurado a David una promesa:
"Tu reino permanecerá eternamente."

--II--

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
"a uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandamientos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono."

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
"Esta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema."

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 El Señor ha jurado a David una promesa:
"Tu reino permanecerá eternamente."

VERSÍCULO

V. El que obra la verdad viene a la luz.
R. Y sus obras quedan de manifiesto.

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos.
13, 1-25

Hermanos: Permanezca bien arraigada la caridad fra-
terna. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella,
algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles. Acordaos de
los presos como si estuvieseis en la cárcel con ellos, y
de los que son maltratados, pensando que también vo-
sotros vivís en un cuerpo. Tened todos en gran honor
el matrimonio, y que el lecho conyugal sea sin mancilla;
Dios juzgará a los fornicarios y adúlteros. No haya ava-
ricia en vuestras costumbres; contentaos con lo que
tenéis, pues él ha dicho: "Jamás te dejaré, ni te aban-
donaré." Así que con toda confianza podemos decir: "El
Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el
el hombre?"

Acordaos de aquellos superiores vuestros que os ex-
pusieron la palabra de Dios: reflexionando sobre el de-
senlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo
hoy que ayer, y para siempre. No os dejéis extraviar por
doctrina llamativas y extrañas. Es mejor ir fortale-
ciendo el corazón con la gracia que con los alimentos,
de los que ningún provecho sacaron quienes a ellos se
atuvieron. Nosotros tenemos un altar del que no tienen
derecho a comer los que sirven en el tabernáculo. Los
cuerpos de los animales, cuya sangre e introducida en
el Santo de los Santos por el sumo sacerdote como sa-
crificio por el pecado, son quemados fuera del campa-
mento. Así también Jesús, para santificar con su propia
sangre al pueblo padeció la muerte fuera de la ciudad.
Salgamos, pues, hacia él fuera del campamento, cargan-
do con su oprobio. Porque no tenemos aquí ciudad per-
manente, sino que vamos buscando la futura. Por medio
de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio
de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van
bendiciendo su nombre.

No os olvidéis de la beneficencia y de la mutua asis-
tencia; Dios se complace en tales sacrificios. Obedeced a
vuestros superiores y vivid sometidos a ellos, porque
ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar
cuenta de las mismas. Haced de modo que cumplan con
alegría y sin lamentaciones. De otro modo no sería pro-
vechoso para vosotros. Orad por nosotros, pues creemos
tener conciencia recta cuando queremos conducirnos
bien en todas las cosas. Sobre todo, os ruego que lo
hagáis para que cuanto antes me vea entre vosotros.

El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por
la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ove-
jas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien,
para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que
es grato en su presencia por Jesucristo, a quien se la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Os ruego, hermanos, que acojáis benévolamente este
discurso de exhortación. Cierto que os lo mando con
breves palabras. Sabed que ha sido puesto en libertad
nuestro hermano Timoteo. Con él, si viene pronto, iré a
veros. Saludad a todos vuestros superiores y a todos los
fieles. Os saludan los de Italia. La gracia sea con todos
vosotros.

Responsorio

R. Salgamos hacia Jesús fuera del campamento, car-
gando con su oprobio. Porque no tenemos aquí ciu-
dad permanente, sino que vamos buscando la futura.

V. Ante ti, Señor, somos emigrantes y extrangeros;
nuestra vida terrena no es más que una sombra.

R. Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino
que vamos buscando la futura.

SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo

Es verdad que ahora celebraremos la Pascua todavía
sacramentalmente; sin embargo, lo haremos ya con un
conocimiento más claro que es la antigua ley (ya que la
Pascua de la ley antigua era --no tengo reparo en de-
cirlo-- una figura más oscura que lo que representaba),
y de aquí a poco la celebraremos de un modo más puro
y perfecto, a saber, cuando aquel que es la Palabra beba
con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, dán-
donos la plena y clara inteligencia de lo que aquí nos
enseñó de un modo más restringido. Decimos "nuevo".
pues siempre resulta nuevo lo que se llega a compren-
der de una manera diferente.

Y ¿en qué consiste esa bebida y esa manera nueva de
percibir? Eso es lo que toca a él enseñar a sus discí-
pulos, y a nosotros aprenderlo. Y la doctrina de aquel
que alimenta es también alimento.

Celebremos, pues, ahora también nosotros lo mismo
que celebraba la ley antigua, pero no en un sentido lite-
ral, sino evangélico; de una manera perfecta, no imper-
fecta; de un modo eterno, no temporal. Sea nuestra ca-
pital no la Jerusalén terrena, sino la metrópoli celestial;
quiero decir, no ésta que es ahora hollada por los ejér-
citos, sino la que es ensalzada por la alabanzas y enco-
mios angélicos.

Inmolemos no ya terneros y machos cabríos, que es
cosa ya caduca y sin sentido, sino el sacrificio de
alabanza, ofrecido a Dios en el altar del cielo, junto con
los coros celestiales. Atravesemos el primer velo, no nos
detengamos ante el segundo, contemplemos de lleno el
santuario.

Y diré más todavía: inmolemonos nosotros mismos
a Dios, inmolemos cada día nuestra persona y toda nues-
actividad, imitemos la pasión de Cristo con nuestros
propios padecimientos, honremos su sangre con nuestra
propia sangre, subamos con denuedo a la cruz.

Si quieres imitar a Simón de Cirene, toma la cruz y
sigue al Señor.

Si quieres imitar al buen ladrón crucificado con él,
reconoce honradamente su divinidad; y así como enton-
ces Cristo fue contado entre los malhechores, por ti y
por tus pecados, así tú ahora, por él, serás contado en-
tre los justos. Adora al que por amor a ti pende de la
cruz y, crucificándote tú también, procura recibir algún
provecho de tu misma culpa; compra la salvación con
la muerte; entra con Jesús en el paraíso, para que com-
prendas de qué bienes te habías privado. Contempla to-
das aquellas bellezas; deja fuera, muerto, lo que hay
en ti de murmurador y blasfemo.

Si quieres imitar a José de Arimatea, pide el cuerpo
a aquel que lo mandó crucificar; haz tuya la víctima
expiatoria del mundo.

Si quieres imitar a Nicodemo, el que fue a Jesús de
noche, unge a Jesús con aromas, como lo ungió él para
honrarlo en su sepultura.

Si quieres imitar a María, a la otra María, a Salomé
y a Juana, ve de madrugada a llorar junto al sepulcro, y
haz de manera que, quitada la piedra del monumento,
puedas ver a los ángeles y aún al mismo Jesús.

Responsorio

R. Jesús, para santificar con su propia sangre al pue-
blo, padeció la muerte fuera de la ciudad; salga-
mos, pues, hacia él fuera del campamento, cargando
con su oprobio.

V. Pues vosotros no habéis resistido aún hasta el de-
rramamiento de sangre en vuestra lucha contra el
pecado.

R. Salgamos, pues, hacia él fuera del campamento, car-
gando consu oprobio.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios nuestro, aunque continuamente realizas la sal-
vación de los hombres, sin embargo, concedes a tu
pueblo gracias más abundantes en este tiempo de
Cuaresma; dígnate, pues, mirar con amor el esfuerzo
cuaresmal de tus elegidos y concede tu ayuda tanto a
los catecúmenos que van a recibir el bautismo como a
tus hijos que ya lo hemos recibido. Por nuestr Señor
Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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