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Oficio de lectura
Lunes II de Adviento

II semana
Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid,
adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Verbo que del cielo bajas,
Luz del Padre que, naciendo,
socorres al mundo mísero
con el correr de los tiempos:

Ilumina el corazón,
quema de amor nuestro pecho,
y borren tus enseñanzas
tantos deslices y yerros,

para que, cuando regreses
como juez de nuestros hechos,
castigues el mal oculto
y corones a los buenos.

Que la maldad no nos lance
por nuestras culpas al fuego,
mas felices moradores
nos veamos en tu reino.

A Dios Padre y a su Hijo
gloria y honor tributemos,
y al Espíritu Paráclito,
por los siglos sempiternos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

- Salmo 30, 2-17, 20-25 -
--I--

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborrecea a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Ant. 2 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

--II--

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como un cacharro inútil.

Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: "Tú eres mi Dios."
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Ant. 3 Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios
de misericordia.

--III--

¡Que bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
"Me has arrojado de tu vista";
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios
de misericordia.

VERSÍCULO

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías
24, 1-18

Mirad que el Señor hiende la tierra y la resquebraja,
devasta la superficie y dispersa a sus habitantes: lo mis-
mo al pueblo que al sacerdote, al esclavo como al señor, a
la esclava y a su señora, al que compra y al que vende,
al prestatario y al prestamista, al acreedor y al deudor.
Queda devastada la tierra, totalmente despojada, porque
el Señor lo ha decretado.

Languidece y se agosta la tierra, desfallece y se mar-
chita el orbe, cielo y tierra están abatidos, el suelo ha
sido profanado por sus habitantes, pues violaron la ley,
quebrantaron los mandatos, rompieron la alianza eterna.
Por eso la maldición se ceba en la tierra, y lo pagan sus
habitantes: por eso se consumen los habitantes del orbe
y sólo quedan unos cuantos hombres.

Languidece el mosto, desfallece la vid, gime el corazón
que estaba alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se
acaba el bullicio de las fiestas, cesa el alborozo de las
cítaras. Ya no se bebe vino entre cantares, el licor sabe
amargo al que lo bebe.

La ciudad, desolada, se derrumba; están cerradas las
entradas de las casas. Se lamentan en las calles porque
no hay vino, ha desaparecido la alegría, ha sido desterra-
do el alborozo del país. En la ciudad quedan sólo escom-
bros y la puerta está hecha pedazos. Pero sucederá, en
medio de la tierra y entre los pueblos, como en el vareo
de la aceituna o en la rebusca después de la vendimia.

Ellos levantarán la voz vitoreando al Señor: «Acla-
madlo desde el mar, responded desde oriente, glorificad
desde las islas del mar el nombre del Señor, Dios de Is-
rael. Desde los confines de la tierra hemos oído cánticos
que dicen: "Gloria al Justo."»

Y yo dije:

«¡Basta ya! ¡Ay de los malvados que hacen el mal!
¡Ay de los violentos que ejercen la violencia! Pánico y
zanja y cepo contra ti, habitante de la tierra. El que
huya del grito de pánico caerá en la zanja y el que salga
del fondo de la zanja quedará cogido en el cepo.»

Responsorio

R. Levantarán la voz vitoreando: " «Glorificad el nom-
bre del Señor.»

V. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor,
toda la tierra.

R. Glorificad el nombre del Señor.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Juan de la Cruz, presbítero, Subida
del monte Carmelo

La principal causa por que en la ley de Escritura eran
lícitas las preguntas que se hacían a Dios y convenía
que los profetas y sacerdotes quisiesen revelaciones y
visiones de Dios era porque aún entonces no estaba bien
fundamentada la fe ni establecida la ley evangélica, y así
era menester que preguntasen a Dios y que él hablase,
ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones,
ahora en figuras y semejanzas, ahora entre otras muchas
maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía,
y hablaba, y revelaba eran misterios de nuestra fe y co-
sas tocantes a ella o enderezadas a ella.

Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta
la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué
preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya
ni responda como entonces, porque en darnos, como nos
dio, a su Hijo, que es una Palabra suya —que no tiene
otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola
Palabra, y no tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad con que co-
mienza san Pablo a querer inducir a los hebreos a que
se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios
de la ley de Moisés y pongan los ojos en Cristo sola-
mente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los
projetas a nuestros padres de muchos modos y de mu-
chas maneras, ahora, a la postre, en estos días nos lo ha
hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a en-
tender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no
tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en
partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dán-
donos al Todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o
querer alguna visión o revelación, no sólo haría una ne-
cedad, sino haría agravio a Dios no poniendo los ojos
totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o no-
vedad.

Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si
te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que
es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora res-
ponder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo
en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y
hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.

Porque desde aquel día que bajé con mi Espíritu so-
bre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado
Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la
mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas
y se la di a él. Que si antes hablaba, era prometiendo a
Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encami-
nadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían
de hallar todo bien como ahora lo da a entender toda la
doctrina de los evangelistas y apóstoles.»

Responsorio

R. Irán pueblos numerosos diciendo: «Vamos a subir
al monte del Señor. * Él nos enseñará sus caminos
y caminaremos por sus sendas.»

V. Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará
saber todas las cosas.

R. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus
sendas.

ORACIÓN.

Oremos:
Lleguen a ti, Señor, nuestras plegarias y colma nues-
tros deseos de llegar a conocer más plenamente el gran
misterio de la encarnación de tu Hijo. Que vive y reina
contigo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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