Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, terminando el curso de su vida terrena,
en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el
Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más
plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del
pecado y de la muerte.
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